El domingo, llegando a casa, hicimos una foto de la Luna desde nuestra calle…
En las noticias, las fotos y videos de otras calles están por doquier: las calles de Port-au-Prince, en Haití – el país más empobrecido de América Latina, de todo Occidente – están repletas de cadáveres; de gente sin techo, con miedo a réplicas del terremoto que hace una semana destruyó sus hogares; de gente que acampa como puede donde antes estuviera el Palacio de Gobierno; de gente que busca a sus familiares desaparecidos, con toda seguridad ya muertos; de gente que procura agua, comida; de gente que se aprovecha de la situación para delinquir o de gente desesperada que no halla otra salida que delinquir; de heridos, mujeres, niños, fuerzas de seguridad, ayuda internacional, escombros…
El Reino de este Mundo
En alguna de esas noticias un periodista describía Haití como una especie de primo pobre, negro, huérfano, de padres inmigrantes, cuya historia, cultura, costumbres, nada tienen en común siquiera – decía el periodista – con el resto de las (antiguas) colonias francesas en el Caribe.
Trato de imaginar mientras tanto un presente, unas calles, unas instituciones nacionales, un panorama «pos-terremoto» coherente con el país carpenteriano de El Reino de este Mundo, con los dones sobrehumanos de Franswa (Franςois) Makandal, con la primera independencia latinoamericana… Y los ríos de sangre haitiana que Carpentier me plantó en la memoria no son más grandes que los de El Siglo de las Luces francés, pero las calles del viejo continente nada tienen en común con las de este Nuevo Mundo, y viceversa.
El Cielo sobre Berlín
Hoy, chateando con un amigo que acaba de llegar a España desde La Habana, (mientras le preguntaba qué tal dejó el país, la ciudad, la Facultad, los estudiantes y los amigos con los que trabajé) recordé esa foto nocturna del cielo sobre «mi» calle del domingo y las fotos de Port-au-Prince en la prensa de la última semana.
Inmediatamente tarareé esa canción de Silvio sobre «su» calle… y como en cadena me vino a la mente también la película de Wim Wenders: El Cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin, 1987, que en español, francés e inglés se conoce también como Las alas del deseo). En la película, dos ángeles, Damiel y Cassiel, observan el mundo y la ciudad de la posguerra desde su inmortalidad sin poder intervenir y tratan de infundirle sus propios deseos de vivir a los berlineses, a la humanidad.
“Blessed be the Lord”
Los haitianos, dicen las noticias, han estado rezando y cantando en la noches pos-terremoto para espantar el miedo: “Beni Swa Leternel,” dicen en creole. “Blessed be the Lord” traduce un periodista en The New York Times…
En una ciudad europea lejana, Copenhague, los países industrializados no lograron ponerse de acuerdo en diciembre pasado para reducir sus emisiones de CO2 a la atmósfera. ¡Y mira por dónde viene a reventar el cambio climático! – escribió con rabia una amiga el día del terremoto, en la red social Facebook.
Esta mañana una nueva réplica removió con fuerza la ciudad de Port-au-Prince… ¿Será que algún ángel, parado en medio de esas calles donde rezan y cantan los haitianos, los mira?
En mi calle hay una acera gris
donde se pegan las miradas
del que mira adonde va.
En mi calle hay un banco que es
tan largo y blanco como el mármol
donde iremos a parar.
Yo no sé por qué son tan blancas
las altas ventanas que miran al cielo.
En mi calle el mundo no habla
la gente se mira y se pasa con miedo.
Si yo no viviera en la ciudad
quizás vería el árbol sucio
donde iba yo a jugar.
En mi calle de silencio está
y va pasando por mi lado
es un recuerdo desigual.
Yo no sé por qué estoy mirando
por qué estoy amando,
por qué estoy viviendo
Yo no sé por qué estoy llorando
por qué estoy cantando,
por qué estoy muriendo…