Crónicas de un viaje a Miami – II Parte
Oslo, October 9, 2009 | Nobel Foundation – “The Norwegian Nobel Committee has decided that the Nobel Peace Prize for 2009 is to be awarded to President Barack Obama for his extraordinary efforts to strengthen international diplomacy and cooperation between peoples. The Committee has attached special importance to Obama’s vision of and work for a world without nuclear weapons.”
Miami, Noviembre 16, 2009 | Lufthansa Flight LH466 / Miami International Airport – Gracias a mi pasaporte alemán he podido viajar a USA visa-free. Me ahorro los formularios, entrevistas, preguntas capciosas, el reporte de mis ingresos personales. Pero viajo sola. Tomás sólo tiene su documento cubano. El mío se queda en Bonn. Con ellos podríamos acogernos a la Cuban Adjustment Act del 2 de noviembre de 1966– conocida en español comoLey de Ajuste Cubano 0 “Ley de los pies secos” [Public Law 89-732 ]. Sería aparentemente «muy fácil» entrar caminando por la frontera desde México – una vez salvadas las peripecias de la Dirección de Inmigración y Extranjería (DIE) en Cuba y del tráfico de personas en tierras sudamericanas y/o centroamericanas. Entrar por la playa sería posible también, parece. Eso sí, mucho más arriesgado – al menos para una pésima nadadora, temerosa de los guardacostas como yo. En cualquier caso, si uno es cubano y quiere asistir a la boda de una amiga, aprovechar para conocer la ciudad y volverse por donde se vino, la cosa “se complica”.
Como Pedro por su casa…
Con el pasaporte alemán la vía ha sido más expedita. Antes parece que uno entraba “como Pedro por su casa”, pero ahora el Departamento de Seguridad Nacional y la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza han reforzado la vigilancia, no sea que se les cuele un terrorista disfrazado de europeo. Le llaman Visa Waiver Programm. Hay que obtener un permiso a través del Electronic System for Travel Authorization. Un software se encarga de ese detalle, luego de recibir tus datos personales, de pasaporte, de viaje, primera dirección en USA, así como tu respuesta sincera a una serie de preguntas sobre si estás contagiado con alguna enfermedad transmisible como el SIDA, si fuiste nazi, si tienes o planeas tener antecedentes penales, si has sido deportado o has retenido la custodia de un hijo de un ciudadano estadounidense… ¡Esas cosas!
El
permiso electrónico no garantiza la entrada. Si el oficial de inmigración del aeropuerto te ve cara de terrorista puede negártela y has perdido tu tiempo y tu dinero – pues tanto online como en el casi idéntico formulario impreso (I-94W Noninmigrant Visa Waiver Arrival/Departure Form) que te hacen llenar en el avión, antes de aterrizar, uno debe firmar que renuncia a su derecho a protestar cualquier decisión… ¡Si no firmas, tampoco entras!
En el aeropuerto, por suerte, todo resulta menos macabro de lo que elucubré a priori. En realidad, nada macabro. Con una sonrisita plástica repito en todas las ventanillas que vengo a la boda de una amiga, que hasta tengo que dar un best friend speech y que sólo me quedo una semana. Me dejan entrar. La mayoría de los empleados tienen fenotipo y acento latino. O me lo parece. El de inmigración me toma las huellas digitales. Una por una. Las dos manos. Con un aparatico digital. Me siento un poco delincuente. Pero al menos no tengo que limpiarme los dedos de tinta con un trapo. El de aduanas se asombra de mi nombre español, mi lugar de nacimiento ruso y mi pasaporte alemán. ¿O eso fue al regreso en Alemania? Después de tantos puntos de control no estoy segura. (También en Düsseldorf, a la ida, tuve que pasar quinientas ventanillas para salir hacia USA. Y uno de los guardias, con mi pasaporte alemán en la mano, me preguntó si era peruana. Aún no sé si me quiso tender una trampa bajo sospecha de falsificadora o le interesaba mi ascendencia). Al fin, a la salida, me esperaba la familia de mi amiga. Parecía mentira que nos estuviésemos reencontrando.
Little Havanna
Miami, Noviembre 17, 2009 | Little Havana, Calle 8 – Mi primer día en la ciudad no podía empezar por otra parte. Me salto el Versalles. Y aterrizo directamente en el Dominó Club del Máximo Gómez Park – marcado con el símbolo de Florida Heritage. Hago algunas fotos de los alrededores: un poster de Mirta Medina, La Casa de Tula, Little Havanna to Go – Little Havana’s Official Souvenirs Store.
El Club del Dominó está lleno. Algunos esperan su turno junto a las mesas para entrar al juego. Otros conversan fuera. Uno llega en una bicicleta. Podría ser una esquina cubana. Lo es. Me acerco y pregunto si puedo entrar y hacer fotos. La mayoría son hombres, jubilados. En una mesa hay una china, pero parece una “china-pasada-por-Cuba”. Hay uno que quiere jugar pronto una partida porque entra a trabajar dentro de poco.

Me meto a la tienda de souvenirs y dos Rastafaris me reciben en la puerta sonrientes. No hablan español. Uno de ellos es el dueño – “he comes from Barbados”, me dice el otro. En la acera titila el hall de la fama de las estrellas latinas: Ednita Nazario, María Conchita Alonso, Juan Gabriel, Marco Antonio Solís. Una pared pintada me recuerda un mural del CDR. La gente que me cruzo me habla en inglés. Con mi facha, mis pelos y mi cámara curiosa no me creen la cubanidad hasta que hablo. Luego, por supuesto, se preguntan qué hace una cubana de turista en Miami. De dónde vengo. Por qué no vivo aquí.

En las próximas esquinas se corre el rumor y uno que pasa en bicicleta vestido de blanco me pregunta: “Ehhhh, ¿me dijeron que eres cubana?” Paso por una tienda de disfraces (La Casa de los Trucos) y encuentro la Bodega de Los Pinareños, una mezcla de puesto de frutas y viandas con cafetería. Venden batidos de mamey y “platano chips bake” – en mi casa les decíamos chicharritas o mariquitas. El hijo del dueño descubre también que soy cubana y que estoy difónica por la gripe, me ofrece prepararme miel con limón, acepto.

Es como pasar por la bogeda del Chino en Guanajay y encontrarme con el hijo de una amiga de mi abuela. Me quedo y le compro un batido. Mega size – me sirve de almuerzo. Me presenta a uno que le gusta hacerse fotos. Le hago una. Luego me lo encuentro frente a un monumento alusivo a Girón (Bay of Pigs aquí) y me explica: “es el monumento a los mártires que fueron a liberar a Cuba del comunismo” (sic). Los letreros listan las organizaciones y personas que contribuyeron a erigir el monumento y concluyen: “aclaramos que no aceptamos ayuda de nadie”.

Agencias de Viajes a Cuba, un carro con una chapa de “God is my pilot”, una tienda de tabaco bautizada El titán de Bronce, el Lincoln-Martí Child Care Center, una venta de coco frío, una peluquería desteñida con el anuncio de “manicure-peluqueras cubanas”, unos ancianos que bailan en un salón del Little Havana’s Activities Center Inc., un puesto de “fritanga” centroamericana, una taquería, un Policlínico Pastorita Inc., un Bar Molino Rojo que se parece a los peores de Infanta, un edificio José Martí… y la calle empieza a entrar en el Dowtown.
“I have a Dream”
Me subo al Metromover y me bajo en el Government Center, al lado del Miami-Dade Cultural Center. Me pierdo la historia del Sur de Florida – es la hora del cierre. Pero antes tengo tiempo de entrar a la tienda de souvenirs y comprarle a Tomi una réplica de periódico viejo, con el discurso de Luther King (“I have a Dream”). Tengo curiosidad y miro la presentación del Premio Nobel de la Paz de los noruegos en 1964: “Though Martin Luther King has not personally committed himself to the international conflict, his own struggle is a clarion call to all who work for peace. / He is the first person in the Western world to have shown us that a struggle can be waged without violence. He is the first to make the message of brotherly love a reality in the course of his struggle, and he has brought this message to all men, to all nations and races. /Today we pay tribute to Martin Luther King, the man who has never abandoned his faith in the unarmed struggle he is waging, who has suffered for his faith, who has been imprisoned on many occasions, whose home has been subject to bomb attacks, whose life and the lives of his family have been threatened, and who nevertheless has never faltered. ”
En el Miami Art Museum (MAM) presento mi carnet de estudiante y entro gratis. Una muestra de la obra del argentino Guillermo Kuitca me confronta con lienzos donde una cama o los planos de una casa de clase media se convierten en planos de instituciones, sociedades, regiones del mundo en conflicto, números pequeñitos de tinta variable cuentan del 1 al 30 mil los desaparecidos por la dictadura, los lienzos se convierten ellos mismos en trozos de camas, el artista perfila el mapa físico de Afganistán sobre un colchón, el espacio público y el privado se mezclan, se confunden, lo atormentan, una luz redonda alumbra un escenario, un teatro, una casa, un charco de sangre, la mesa de un bar. Afuera del Museo hay gente con aspecto de homeless por todas partes, rodean el edificio, ocupan los jardines, se mezclan con obreros y empleados menores que terminan de trabajar. Parecen todos negros y latinos. Me han advertido que no me les acerque. Que tenga cuidado, «sobre todo con los negros». Pero yo pienso, irreverente, que “perro no come perro”. Les sonrío. Me hacen un piropo sin dientes. Le agradezco y el tipo se alegra inesperadamente: “¡Te dije que esa mulata tan linda tenía que ser latina!”. Les sonrío otra vez.

En general la gente en la calle ha sido extremadamente amable, solícita. Basta con que mire un mapa o me pare pensativa en una esquina o frente al esquema del Metromover para que salte un guardaparques, un guardabosques, un empleado público, un polícia, el portero de un hotel, un oficial del tránsito, un peatón, un pasajero: “How are you doing today ma’am? – la frase me parece como más de lo que realmente me quieren preguntar, más de lo que quiero responder, pero me hace sentir a gusto. Digo “fine, thank you” y con eso basta. “Are you lost? Do you need help? Where do you want to go?” Con ayuda de un oficial y su laptop a bordo de un auto rotulado de un servicio de Transit Information encuentro la parada del bus que necesito para llegar a casa, me siento, todos pasan, el mío se demora – algunos pasan sólo cada hora. Es noche y estoy sola en una calle paralela a Flagger Street, entre un parqueo y un almacén, cerca de la salida a la autopista. Pasa un joven, negro, flaco, de aspecto descuidado. Leo un libro sentada en el banco de la parada. Me han dicho que debo tener cuidado pero a dónde voy a correr a estas alturas. El muchacho me mira al pasar, me dice algo en un inglés impronunciable que no sé si es muy americano o muy creole y sólo entiendo su cara simpática y una frase final: “Do you need security?” – “No, but thanks”, le sonrío y sigo leyendo.

The Black Miami
En la noche paseamos por Coconut Grove. Era un barrio de negros –unas láminas con aires de documento histórico lo recuerdan. Pero los blancos fueron comprando y renovando el barrio– me dicen. En la guía turística alemana leo que fue centro del movimiento cultural y artístico de los ‘60. Ahora es una zona chic alrededor del centro comercial CocoWalk: callecitas con aires de boulevard, boutiques, pequeñas galerías de arte, restaurantes de concepto (en uno se pueden pintar vasijas para relajarse antes o después de comer, en otro parece que uno está en una esquina bonaerense de ensueño).

Me haría ilusión aparecerme en el barrio de los negros. Ir caminando por ahí y encontrarme con una iglesia de esa de las películas (con perdón de la ingenuidad, ¡¿qué le voy a hacer a mis propios clichés!?): un pastor dando gritos morales para encaminar a sus hermanos y un coro con una negra gorda á la Whoopi Goldberg o Queen Latifah en el centro, cantándole gospels a Jesúcristo… Pero todos me advierten que es peligroso. Que no debo. La guía (escrita para turistas alemanes) lo advierte también. Por si acaso, me resigno. Me monto en el Metrorail en Hialeah. Y voy de pie, como los niños, mirando Liberty City, Allapatah y Overtown por la ventana. No hago fotos. Desde arriba sólo alcanzo a ver una especie de plano de los barrios. Algunas mujeres conversando en la puerta, un par de niños a horcajadas sobre la cadera de sus madres. Un hombre sacando la basura. En las estaciones del Metrorail – Dr. Martin Luther King Jr., Bronswille, Earlington Heights, Allapattah, Santa Clara, Civic Center, Historic Overtown/Lyric Theatre – tantos años después, pareciera que sólo montan negros. No estoy acostumbrada a los ghettos. Ni en el barrio chino de La Habana se encuentran esos límites definidos que también me tropiezo en los barrios turcos de Alemania.

Junto a los típicos murales del mejor empleado del mes, un desplegado me llama la atención en todas las paradas de este tramo: se ofrece atención psicológica o psiquiátrica a los veteranos de guerra. Dos hombres en sillas de ruedas y uno de mirada perdida se bajan en Civic Center. A un lado está el University of Miami-Jackson Memorial Medical Center y al otro el Miami Veterans Affairs Medical Center. Suben varios con muletas. Otro en silla de ruedas.
Washington, December 1, 2009 | The New York Times – “President Obama went before the nation on Tuesday night to announce that he would escalate the war in Afghanistan. And Mr. Obama went before the nation to announce that he had a plan to end the war in Afghanistan./ If the contrasting messages seemed jarring at first, they reflect the obstacles Mr. Obama faces in rallying an increasingly polarized country that itself is of two minds about what to do in Afghanistan. For those who still support the war, he is sending more troops. For those against it, he is offering the assurance of the exit ramp.”
Bonn,
Diciembre 3, 2009