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¿Por qué LaBaNA?

Una periodista me envió estas preguntas sobre mi blog y se olvidó de avisarme que ya habría publicado una reseña para la fecha en que yo volvía de viaje y podría responderle, así que les dejo estas respuestas a mí misma aquí, en su nido natural… quizá la única que verdaderamente importa, la verdadera razón de mi insistencia en LaBaNA… es la tercera.

Se oculta en Berlín y aún brilla en Labana. Se oculta en Labana y ya brilla en Berlín, y en Bonn, y... ¿en todas partes?

Se oculta en Berlín y aún brilla en Labana. Se oculta en Labana y ya brilla en Berlín, y en Bonn, y… ¿en todas partes?

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Labana está en Labana II (…o en todas partes)

Esta canción de Buena Fe, Dos emigrantes, me ha hecho recordar un viejo post. Un post de renuncia al mismísimo título del blog, a la canción de Habana Abierta que usé de pseudo-manifiesto fundacional…

Escuchándola pienso, una vez más, que «Labana está en Labana». Pero no puedo dejar de pensar que, alguna vez, sin traumas o con ellos, por un camino pedregoso de muchas idas y aún más vueltas, PuedeSerQueLabanaEstéEnTodasPartes…

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«Te extraño… ¿Cuándo tú vienes?»

         

En Guanajay, el miércoles pasado, «Tía China», mi tía-bisabuela -que es maga y ha curado los empachos del pueblo entero desde que una cigüeña negra, cimarrona, la trajo a Labana en 1913-, cumplió 98, casi 100… Un día después, en el Cotorro, mi madre -maga también desde que llegara a Labana, en un avión de Interflug, en 1981, llegó a 55. Sigue leyendo

Cubanos por el mundo (I): «la lengua del diablo»

Viendo este video de Interactivo recordé un par de viejas crónicas de viaje, casi olvidadas, que nunca escribí. Un par de encuentros con «cubanos por el mundo» de los que pudiera resultar en una serie de posts asistemáticos, incoherentes, indisciplinados…

Hace unos meses la ultraderecha entró al Parlamento sueco, tradicionalmente socialdemócrata. Luego, viajé en un tren del Deutsche Bahn en que dos jóvenes neo-nazis alemanes se atrevieron al prohibido saludo hitleriano. Poco antes, la derecha conservadora y la extrema derecha habían generado titulares en las elecciones húngaras y en las de otros países europeos.

El taxi del partido

En Budapest, una amiga nos lo predijo una semana antes. ¿Ven ese taxi? Es de la extrema derecha. Ni se les ocurra montarse en uno, nos dijo. El auto llevaba el nombre del partido Jobbik, un juego de palabras que significa en húngaro, al mismo tiempo: «los mejores», «los más a la derecha». Lo vimos alejarse con cierto escalofrío… buuuuhhhhh, déjà vu. Hasta que una ICARUS dobló la esquina siguiente y nos trajo otro nuevo y más simpático déjà vu. La terminal de ómnibus. Lido-Artemisa. Lido-Guanajay. Un par de veces colgando de la puerta…  «enrufados», se decía (valiente, corajudo, leo en un diccionario gallego-castellano).

Budapest, 2010: una ICARUS... ¡eléctrica!

Salsa y manzanas contra déjà vu

Una esquina más allá entramos a un local de Salsa. Nos olvidamos del taxi, de la ICARUS. Espantamos los déjà vus al compás de varias docenas de húngaros y húngaras moviendo las caderas, confundiéndosenos con latinos. La Europa del Este sensual rompe nuestros clichés de  toscos objetos y personas llegados del «bloque», de la pretérita «bolilandia» que nuevos ómnibus importados siguen trayendo a Labana del siglo XXI. Pero esta salsa «budapestina» nos recuerda, más bien, de dónde venían las manzanas a nuestros supermercados caribeños de entonces.

El Dj es cubano. Y otros dos que bailan cerca de la mezcladora. Y otros.  Y otros. Y de pronto el local, Budapest, está lleno de cubanos. Lo más difícil es la lengua, dicen, e imaginamos que llegaron después del «desmoronamiento», que no estudiaron acá por intermedio de antiguos convenios estatales. Una lleva tres años, otro 10, 15.  Aquello fue hace 20. Al menos no tienen alfabeto cirílico, pensamos. Pero es cierto, ni el inglés, ni el alemán, ni el español y sus raíces latinas nos han servido para adivinar la lectura de carteles, señales, lumínicos.  Esto no se parece a nada,  «es la lengua del diablo», bromean, se justifican.

Puentes…

Budapest, 2010: puente de cadenas, entre Buda y Pest

«Étterem», leemos a la salida. Una palabra importante para la supervivencia turística, quizás la única bien aprendida en dos días: restaurante (restaurante caro, restaurante barato, fonda, cafetería). Identificado el sitio, los menús se leen también en alemán, o en inglés. El idioma «vecino» sirve además para preguntar distraídamente a los mayores. El otro (a pesar de la ola nacionalista, de los taxis Jobbik, del giro a la derecha y la «vuelta a las originales raíces húngaras» en las elecciones nacionales y en las europeas), nos tiende puentes con los más jóvenes, ahora también «globalizados».

Labana está en Labana…

un post que quedó entre borradores hace meses – después de Labana y antes de Miami

Uno quiere creer que (Labana) está en todas partes. Y se abre un blog para dejarlo por escrito. Y lee las noticias. También entre líneas. Sigue otros blogs. Pregunta constantemente a los amigos. Contrasta lo que llega al correo, a la prensa, al teléfono. La escribe. La explica, la defiende, la critica. Y trata de reconstruirla lo más fielmente posible, desde lejos. Sigue inventándose proyectos de país. Le ofrece colaboración profesional a antiguos colegas. A antiguos alumnos. Uno quiere pensar que pertenece todavía. Que tiene derechos sobre ella. Que los ganó durante años. Que no puede perderlos de un día para otro. Que puede hacer algo. Crear hilos. Estar sin estar.

Y vuelves. De visita. En la calle, alguien que no te ha visto en un año te hace preguntas como si el tiempo no pasara. No sabe. Y por tanto, no te has ido. La vida sigue igual que un año atrás. Las rutas de guagua no han cambiado. El mercado no está menos abastecido que después de aquellos dos ciclones de despedida. La bolsa negra sigue teniendo las mismas puertas. Los vecinos repiten las mismas palabrotas. La música suena al mismo volumen increíble.

La recepcionista de la Facultad es otra. No te reconoce. No recoge tu recado. Pero llamas de nuevo y la secretaria de siempre, los colegas de siempre, te saludan. Te reciben. Te abrazan. Te reintegran.

Sin embargo, basta que te preguntes retóricamente por qué “permitimos” que censuren el blog de un amigo, que lo «sancionen» (en la organización política de los jóvenes comunistas, ¿con el voto de quién?), que lo envien a “refritar” cables a la gris agencia de prensa nacional (“para ganar madurez política”), que le impidan participar en un evento profesional, que le teman por hacerse preguntas, por soñar y proponer cambios, por seguir teniendo capacidad de asombro ante la corrupción de líderes otrora ilustres, por seguir soñando y proponiéndonos proyectos alternativos de país.

Basta que me/nos pregunte para que alguno de «los que se quedaron» crea que le pregunto, que le reprocho. Y me recuerde que he perdido el derecho a preguntar. A preguntarnos.  A reprocharnos. Y me recuerde a mí misma, hace unos años… Pues Labana no está en Bonn, sino en Labana.

«Wszczęciu»

… Así dice el Google Translator que se escribe en polaco el título contrario a mi post anterior, «Koniec».

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«Inicio», debía llamarse este. Porque hoy morí y nací un par de veces. De pronto. Solitaria, insignificante. Sin que nadie más que yo estuviera para verlo. Para exagerarlo. Para estar todavía, sentada frente a la pantalla de la PC, con ganas de tomarme un trago de Havana Club: a mi salud (y la de mi familia).

Después de una mañana totalmente improductiva y desganada, a las 5 de la tarde, con apenas un vaso de leche en el estómago y varias horas escuchando a Tanya, a Gema 4, y a  Gema y Pável en You Tube (por favor, no me pregunten por qué, pues no lo sé!), me fui al supermercado. A la vuelta, cargada, en bicicleta, frené, abrí la puerta de la entrada, alcé el timón para entrar al sótano y… me quedé con el timón y el tenedor separado de la rueda delantera. Vine así desde el super… ¿1 km, 2, no sé? Podía haber perdido la rueda en el cruce de tres calles y el tranvía. No habría tenido tiempo ni control para reaccionar. Pero llegué. Morí  sólo un segundo, en ese cruce. En mi mente. Mientras la rueda caía delante de mi puerta.

Ya en casa, frente al computador, el blog de un amigo me alertó de un temblor de tierra en Artemisa (el pueblo vecino de mis abuelos en la provincia de La Habana). No pude terminar de leer. Se me aceleró la respiración y marqué volando un número de teléfono. Ellos están bien. No supieron siquiera cuándo tembló la tierra. Lo vieron en las noticias. Prensa Latina dice que fueron un temblor de 4,1 grados en la escala de Richter, dos réplicas de 3 y una de 2,8 grados. Mi abuelo, que escuchó no sé donde que algo así había sucedido alrededor de 1858… Y que la falla tectónica afecta la zona de Santa Cruz, Guanajay, Mariel, Artemisa… Y que él no sabe qué es lo que está pasando, dice (que para él que los científicos andan haciendo «juegos diabólicos»  y removiendo la tierra por todo el planeta).

Entre terremoto y bicicleta, se me tupió la lavadora, se me enfrió el café, me olvidé de guardar a tiempo la compra en el refrigerador y un largo etcétera de ínfimas desgracias personales de este sábado me confirman que debo poner punto, final, «koniec», y empezar de cero, re-iniciar el día, re-novar, «wszczęciu». Cerraré los ojos. Pondré el despertador para dentro de un minuto. Los abriré. Me tomaré un trago de ron. Con la barriga vacía. A mi salud. Y la de mi familia. Y me prepararé un almuerzo rápido, de 8 y media de la noche, «antes que anochezca».