Ese momento en que lo más emocionante de #Venecia no es volver de noche a la Plaza de San Marco, con las orquestas de los restaurantes disputándose los aplausos de los transeúntes a punta de polkas.
Ni quedarte acodado sobre el Puente de la Academia, a ver el mundo pasar como si el mundo fuera así de hermoso.
Ni remar los 35 km de la Vogalonga, atravesando toda la laguna, dándole la vuelta a Burano, cortando en dos a Murano, y entrando por Cannaregio para llegar de vuelta a San Marco por el Canal Grande, con los habitantes y turistas de la ciudad aplaudiéndote y gritando «bravi!», «grazie!».
Sino tu #hija de dos años pintando sobre el mantel de papel desechable de un restaurante: tu hija de dos años que, de pronto, deja de repetir rayas abstractas para empezar a dibujar trazos circulares y, por primera vez, no te pide que le pintes una flor porque la pinta ella, mientras el asombro te corta la respiración.