«No tienen ni idea»

Berg: «Occidente me conquistó enseguida… como a un niño»

Stefan Berg, redactor del semanario Spiegel desde 1996, nació en Berlín oriental. Comenzó su carrera periodística en revistas de la iglesia, en la RDA. A propósito del 3 de octubre, escribió en Der Spiegel sobre su vida como occidental en el oriente y como oriental en el occidentente de su país*.

El Occidente me conquistó enseguida, desde la primera vez, «como a un niño». Un día apareció ante mi puerta en la forma de un tío. ¿Pero de dónde venía? ¿De la nada? De Alemania occidental, fue la respuesta. Entonces vivíamos a sólo cinco minutos del Muro que dividía Berlín. ¿Vivía él tras ese muro? Mis padres dibujaron un boceto de Berlín oriental y Berlín occidental, de la RDA y Alemania occidental. El boceto me pareció bastante complicado, como una matrioska. Él vivía en Alemania occidental, pero para visitarnos tenía que viajar primero a Berlín occidental. O sea, que para llegar hasta nosotros tenía que atravesar el Muro tres veces. Valiente – pensaba yo – y misterioso. Siempre nos alborotábamos cuando él estaba de visita.

Como todos los que venían del oeste, mi tío olía diferente. En el pasillo colgaba su abrigo. Yo lo olfateaba  y se me antojaba rociado de Libertad. El tío nos traía historias de un mundo lejano… y chocolates de las Intershops. Nosotros no podíamos entrar, teníamos que esperar a una distancia prudencial hasta poder recibir los regalos. Fuera de las Intershops, en la RDA, olía a Trabis y a desinfectante Wofasept. Dentro olía a Occidente. Realmente hacían todo lo posible por despertar nuestra curiosidad por el oeste.

Con 5 marcos…

Los visitantes occidentales olían bien, se vestían de formas llamativas, hablaban alto. Nosotros éramos un pueblo de cuchicheos. Ellos alteraban nuestro silencio oriental. Eran bienvenidos, pero se arrojaban en nuestros butacones como si se pudieran comprar otros nuevos en Ikea la semana próxima. Discutí con uno sobre política. En medio del debate me sacó una moneda de 5 marcos occidentales –pesada y brillante – para tranquilizarme. Así surgió en mí la imagen de Occidente y los (alemanes) occidentales.

El oeste eran también voces, voces en la radio. En Rias, «la radio del sector americano», mi madre solía escuchar los anuncios de ofertas especiales: coliflor a 1,20 DM o fresas de Werder a 1,50 DM. Esos anuncios fomentaban nuestro odio hacia nuestra cadena de tiendas Konsum. Con la Bundesliga y los reportes de tráfico se ampliaron mis conocimientos sobre Alemania occidental. Los yogures Danone que comprábamos en Hungría y un par de gastadas ediciones de Der Spiegel terminaron de componer mi imagen de Occidente. Era un fantástico rompecabezas al que le faltaban muchas piezas. Pero eso sólo lo notaría más tarde.

Socialismo sí, ¡pero no éste!

Las clases de Educación Cívica no tenían la menor oportunidad contra ese Occidente en nuestras cabezas. El oeste se infiltraba en la ausente moral socialista. En la escuela molestábamos  a los maestros con informaciones sobre el enemigo que ellos también tenían, por supuesto, pero no estaban autorizados a emplear. Nunca usé “jeans orientales”. Tenía una pluma de fuente marca Pelikano y ropa deportiva Adidas. Los maestros se quejaban de que mi visión del mundo no se basase en el socialismo. Y tenían razón. Por supuesto que todos queríamos un paraíso socialista pero, por favor, no éste. Y, por favor, no sin Lego, Matchbox y Pink Floyd. Los jóvenes jugábamos un poco al «Flower Power». Nos coloreábamos el pelo y los pantalones. Oíamos música del otro lado. ¿Pero qué era el otro lado? Hace mucho que el otro lado ya estaba aquí. Encender la televisión, ese era nuestro permiso de salida diario.

Yo me sentía ciudadano federal en la RDA. Un occidental en el oriente. Y eso sólo cambió con el fin de la RDA.

Ese día, cuando la gente tumbó el Muro (pues el Muro no “se cayó”), yo estaba sentado en casa, una hermosa ruina con baño afuera. Salimos a la calle en medio de la noche. Nos alegrábamos tanto. Nos burlábamos de los policías, de pronto tan amistosos. Discutimos sobre cómo podría ser una sana RDA, sin Stasi (Seguridad del Estado) y con “propiedad del pueblo” que no fuera robada al pueblo constantemente.

«No tienen ni idea», el muro no «se cayó» – edición 39 del semanario alemán Der Spiegel, en el 20 aniversario de «la caída» del Muro de Berlín.

En la radio escuché por primera vez la palabra “reunificación”. Me alcanzó como un mazo. ¿Cómo que “re”? ¿Por qué no algo con “nueva”? ¿Y qué tenía (Helmut) Kohl que ver con todo esto? No tenía ningunas ganas de un nuevo Estado. Esa fue quizás la primera vez en que me sentí ciudadano de la RDA. Recién derrotada una autoridad, tenía la impresión de que la próxima estaba en camino. Sentía que tenía que defender algo.
Nunca había dado mi “sí” a este país, pero ahora lo hacía tercamente, en vano.

Libre y ajeno

El oeste adquirió pronto otro rostro totalmente diferente. Dejó de ser el simpático tío que se vuelve a su casa en la noche. El oeste se acomodaba entre nosotros. Kohl no era muy diferente de aquel visitante de la moneda de 5.- DM. En el verano de 1990, cuando todos viajaban por el mundo, me recogí en la parte más al este del Este, en una casa junto al río Oder, a la expectativa de si los marcos occidentales (D-Mark) alcanzarían también ese último rincón de la RDA. Y lo alcanzaron. Los marcos occidentales hicieron su entrada y los productos de la RDA terminaron en la basura. Por todas partes  uno encontraba  las pegatinas de  Tschibo – “Oh! Granos frescos!”

Nuestro mesero se quedó solo en su bar vacío. Había sobrevivido al socialismo, pero ahora sus viejos alcoholiteros mutaban a “borrachitos de casa”. Tomaban cerveza enlatada y no su cara cerveza dispensada. Con los marcos occidentales nos llegaron nuevas palabras que no conocíamos, mounstruosidades como la “Agencia Federal de Empleo”, la “sucesión de derechos”, (o las intraducibles) “Kurzarbeitnull” (subsidio de jornada reducida de transición), “Buschzulage” (pago de estímulo a funcionarios occidentales de servicio en el Este).  Y ahí estábamos, pensando a qué más tendríamos que acostumbrarnos.

“Oh! Granos frescos!” (© http://olekrueger.wordpress.com/)

Libertad y ajenitud habían llegado juntas. Nos habíamos imaginado una libertad más fácil. Pensábamos en viajar y expresarnos libremente. Pero no contamos con que tantas cosas serían diferentes. Nuestra vida se había complicado.

Qué dulce. Qué salvaje.

Las visitas a restaurantes eran sencillas en la RDA. No había mesa y uno se iba por donde había venido. Pero ahora había mesa y además le entregaban a uno un interminable menú. Gorgonzola, pesto, gyros. Póngame lo mismo, decía yo siempre que mi acompañante occidental hacía su pedido. No tenía la menor idea de lo que me esperaba. Los alemanes occidentales nunca decían que querían conversar. No, ellos siempre querían ir a comer, mientras nosotros estábamos acostumbrados a abrir nuestras casas. Fugaces conocidos eran llamados amigos en Occidente.

Las comidas de negocios eran para mí un horror. La primera importante tuvo lugar en Hamburgo.  Se trataba de mi primer contrato con una publicación del oeste, el Deutsches Allgemeines Sonntagsblatt. El problema comenzó con la pregunta de si yo prefería una cocina específica.  Caliente, respondí, para divertimento de los presentes. Qué dulce. Qué salvaje. Los señores eran saludados por su nombre en el local que habían reservado con anterioridad. Yo era del Este, le aclararon al mesero. No sabía qué hacer con mis manos en aquel local. No tenía ni idea de qué pedir. No tenía la menor idea de cuánto, más o menos, podía ganar. Fueron vanos todos mis intentos por sacarles a mis colegas occidentales a cuánto ascendían sus salarios. No importa que abriera  la conversación contándoles cuánto ganaba yo en el Este.

Tuve que aguantar estoicamente por horas y escuchar preguntas que sólo me dejaban llegar a una conclusión: ¡éstos  no tenían ni idea de nosotros! Yo siempre había mirado hacia Occidente. Y ellos, lamentablemente, también. Tenía la sensación de que tenía que demostrarles que era capaz de diferenciar una ducha de una cabina telefónica. En la calle donde pernoctaba parqueaban autos caros. Mi Lada estaba entre Porsches y Mercedes. Era ruidoso y apestaba. La gente me miraba como si los rusos los estuvieran invadiendo. Pero el viaje valió la pena. 4.100 DM mensuales. Increíble.

Potenciales secretarios del Partido

Ser un colega normal fue imposible. Me comían a preguntas sobre la especie “alemán oriental”, cuya vida, vista a distancia, era evidente y esencialmente distinta a la del resto de los mortales. En resumen: primero, espiar para la Stasi, luego malgastar el dinero occidental y, como hobby, moler a palos a los extranjeros. Me tocaba esclarecer el «genoma oriental». Sin darme cuenta pasé del rol de esclarecedor sobre el Este al de defensor del Este. Los interrogadores me habían otorgado, silenciosa y secretamente, una ciudadanía alemana otra. Yo, que juzgué siempre severamente a aquella RDA, me sentía de pronto más ciudadano de la RDA que en la RDA – más de lo que yo había querido ser alguna vez.

Tras el próximo empleador con sede en Hamburgo  mi «sentimiento RDA» aumentó. Involuntariamente. Durante mi primera entrevista en el piso de la dirección de Der Spiegel me aclararon cómo se valoraba a quienes negaban su pasada colaboración con la Stasi – un motivo para ser despedido. Fue muy delicado. Los presentes se carcajearon a mi costa. Todos hablaban muy alto. Lo increíble es el que hacía las preguntas había trabajado antes en la publicación izquierdista Konkret, que no habría podido existir sin el apoyo de los órganos de la RDA. Ahí lo supe. Había llegado al baluarte germano-occidental de la justicia propia.

Algunos de mis nuevos colegas eran más jóvenes que yo, vestían traje y estaban preparados para predicar verdades. Sus trayectorias eran tan rectas e ininterrumpidas como la de los políticos a quienes acusaban de sustentarse en puras carreras políticas. Las conversaciones terminaban bruscamente al llamado del jefe. Antes de dar una opinión propia, se informaban discretamente sobre la opinión del jefe.  No era así como yo me había imaginado la Libertad.

Mientras más trabajaba con alemanes occidentales más desaparecía mi ira contra los simpatizantes de antes. El oportunismo era, en la RDA, un producto del miedo a caer en desgracia; en Occidente, era un producto de la esperanza de ascender. A veces pensaba qué destino podría haber tenido uno u otro colega en la RDA. Entre ellos había un gran potencial para secretarios del Partido.

No me lo advirtieron

Un «Trabi» en Berlín, 2008

Mis preclaros colegas no paraban de asombrarme. LA RDA estaba destinada a desaparecer, se veía venir, me aclaraban. Sin embargo, ninguno de ellos me había informado a tiempo en los periódicos del Oeste que me agencié en el Este.

Nunca se me hubiera ocurrido sacar conclusiones sobre el conjunto de las administraciones regionales de Alemania occidental, a partir del comportamiento erróneo de una administración regional renana. Pero al revés ocurría velozmente. La definición «Alemania oriental» sustituía, por transitividad, a la sigla RDA. Era la desnaturalización lingüística, el equivalente del “nosotros” con que hacía campaña el Partido del Socialismo Democrático (PDS). ¿Y por qué los alemanes occidentales apenas conocían la palabra humildad? ¿Por qué actuaban como si hubiesen sido ellos quienes conquistaron la democracia que tenían? ¿Por qué se sentían tan felices de oir historias tristes de los berlineses de Brandeburgo? Y había otra cosa que me asombraba sobremanera:  las expectativas sobre la disponibilidad al cambio de los alemanes orientales raramente iban de la mano con intentos propios de cambiar o aprender algo nuevo. Muchas veces intervine ante el olvido de la historia del desaparecido Estado, durante históricas celebraciones de aniversario. Y en algún momento decidí parar. No quería ser abogado de un Estado del que sólo había sido ciudadano a mi pesar.

Oídos sordos

Nunca me he arrepentido del paso hacia Occidente. Hasta hoy me sigo deteniendo con respeto frente a la sede de Der Spiegel cuando estoy en Hamburgo. Una y otra vez me asombro de a dónde he ido a parar en esta vida. He hecho también un par de amistades pero un poco de sentimiento de ajenitud se ha quedado conmigo. Como si fuera un visitante. A veces extraño la paz sobre la que antes me quejaba. Extraño encuentros en casas en las que se desarrollaba más proximidad que en restaurantes. Conversaciones sin sentimiento de competencia, en las que no aparezca la palabra dinero. Yo pertenezco a “los ganadores” de la unificación. Nunca he deseado la vuelta a la RDA, pero puedo entender cuando “los perdedores” lo hacen.

Cuando se terminó la RDA, mi querido tío nos habló una vez sobre cómo se sentía él cuando viajaba a la RDA. Y me sorprendió. Para él, era incómodo ser admirado por nosotros, nos dijo. Intentó, con frecuencia, expresar sus críticas sobre Alemania occidental. Pero nunca quisimos escucharlo.

*Este artículo apareció originalmente en idioma alemán en el Nr. 39 del semanario Der Spiegel, 27.09.2010. Para tener dos visiones, en el próximo post les traduciré la respuesta de un «wessi» (nacido en la antigua Alemania occidental).

8 Respuestas a “«No tienen ni idea»

  1. Gracias por la traduccion. Siempre me pregunte como seria la vision de alguien como el que escribe
    Saludos

    • por nada, he leído muchas cosas interesantes en estos días, y lo ideal sería compartirlas tal cual: el pasado se me antoja tan similar a los futuros probables… en cuanto tenga tiempo trataré de subir la respuesta del alemán occidental, muy cuerda también…

  2. Creo que en el futuro probable el trauma será menor. Idealizamos la otra sociedad, pero de cierta forma la conocemos. No hay muros entre Labana y Mayami, aunque sí años de desencuentro y prejuicios. En fin, es una ecuación con algunas variables pronosticables y demasiada incertidumbre.
    Extraordinaria traducción. ¿Quién dice que el alemán es feo?

  3. hmm, pues no sé bien si la conocemos… no hay muros, pero está la mar océano, esa frontera geográfica, política, económica, cultural, psicológica que nos separa no sólo de Mayami, sino también del resto del mundo… Cuando oigo hablar/soñar/temer a los que nunca la han cruzado también siento que «no tienen ni idea» … y lo mismo me pasa con los que aquí me quieren explicar lo que somos allá, tampoco tienen la más p… idea. Yo, que crecí a la sombra de la «propiedad estatal», todavía me estreso frente a la relación médico-dinero, frente al trabajo freelance sin derecho a vacaciones y sin seguridad del mes que viene, frente a la letra chiquita de los contratos, frente a Vodafone, frente a la declaración de impuestos, en fin frente a todo lo que mi «habitus ‘socialista'» aún no ha logrado procesar… Quizás todavía me pasa como a nuestros padres con las computadoras, capacidad limitada de adaptación. Aunque claro que es un estrés diferente a los estreses primarios – un carro (o transporte público, comida), una casa , una buena buena mujer. Pero igual, como dice Berg, yo no perdí. Habrá seguro quienes ganen y quienes pierdan. Los hay ahora. La ventaja de algunos quizás, en la arrancada, si es que ese es el futuro, es que ya lo han ido viviendo a pedacitos desde dentro: ya han sido freelances, ya han pagado a un médico, ya… La desventaja de todos es que ningún futuro va a tener lo mejor de aquí, allá y acullá. Es modelo no se ha inventado. aunque va y lo patentamos nosotros :-)

  4. Permíteme ser escéptico sobre la aparición del modelo. No veo ese faro por ningún lugar.
    Lo que nos sucede a nosotros, los pasados de 30, es que nacimos en el siglo XX, y eso, aunque parezca una niñería, marca una diferencia esencial con respecto a los adolescentes del XXI. Además, tú tienes, como yo y buena parte de nuestros amigos, una formación bien particular. Ya sabes: Lenin, Universidad de La Habana. Eso nos ahorró el conocimiento de otros caminos menos amables, cuyos caminantes seguramente están mejor preparados para adaptarse al más estresante de los mundos posibles.
    El consumismo, el peor, se va a comer y va a vomitar a la sociedad cubana. De ese espanto no me quedan dudas, cuando constato la desbordada avidez de mis compatriotas ante la pacotilla made in China. Tanta escasez y tanto paternalismo nos han dejado indefensos.

    • 100% Agree!! (lo de patentar el modelo nosotros era una ironía, tampoco nos veo capaces, como le escribía al @telegonz, lamentablemente, a nosotros y al mundo entero, en mi opinión, nos falta el recurso humano para ese «mundo mejor posible» con todos y para el bien de todos… pero me alegro de que algunos, pese a todo, no renunciemos a intentarlo/soñarlo)

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